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26 noviembre 2010 5 26 /11 /noviembre /2010 13:18

FERIA1           Ya no quedan escaparates de comercios tradicionales en el centro, esos cristales que separaban el mundo real del soñado.

Quienes gobiernan nuestra ciudad han sido incapaces de mantener la oferta de estos negocios de reminiscencias familiares. O dicho de otra manera, han sido capaces de destruir, en tan sólo tres decenios,  la infraestructura comercial que se fue gestando durante siglos y que con tanto esfuerzo se fue levantando y tantas satisfacciones procuró a esta ciudad. Al contrario que en el resto de los países civilizados, donde esta cultura comercial no sólo perdura sino que se ve favorecida y protegida por el estado y los gobiernos municipales, aquí hemos ido cavando la fosa donde hemos sepultado toda la memoria de quienes mantuvieron la cultura del mercadeo más sensato y humano.

El falso progreso que vienen pregonando desde hace tiempo estos jerifaltes de mesa y mantel, con diferentes planes salvadores para el casco histórico más extenso de Europa solo ha conseguido promover la especulación más dantesca y destructiva desde la última modernización, en las medianías del siglo XX. Es más, podríamos asegurar sin género de dudas que han superado cualquier expectativa. Menos mal que ya no quedan palacios ni casas nobles ni arquitectura popular para destruir; sólo nos queda la memoria,  y ya buscarán la manera de hacerlo.

El más desolador panorama se cernía ayer, a eso de la media tarde, sobre el eje ¿comercial? Feria-Regina y la más absoluta tristeza sobre mí al contemplarla. Los pocos que sobreviven a este desastre, que se resisten con uñas y dientes a la destrucción de su memoria, están próximos a fenecer, a sucumbir por otros que carecen de cualquier metodología de relación personal, circunscribiéndose al mero trato mercantil con objeto de obtener un beneficio limpio y rápido, que también es lícito. Pero nos han desprovisto de la cercanía de la tienda de comestibles y de ultramarinos -aunque los productos que se exponían con delicadeza en sus vitrinas no hubieran cruzado jamás el Guadalquivir-, del rincón en el mostrador de la taberna donde se firmaban, con un vaso de vino y cuatro altramuces, los tratos de amores y donde nadie oscilaba la visión, de norte a sur, para poner en duda tu honorabilidad. Hoy todo es, cuando es, refinado y elegante, mecanizado y con constantes muestras de desconfianza por quienes entran en los locales. Incluso ni los dependientes son nativos que provocan situaciones, cuando menos jocosas, cuando se intenta realzar una transacción comercial tan básica como comprar un plato o un kilo de papas.

No hace tanto era frecuente el constante trasiego de personas por esta calle que comienza en San Juan de la Palma, con el bellísimo dolor de la Virgen y termina en las lindes de cielo donde se inicia a vislumbrar el verdadero rostro de la Madre de Dios, que transitaban con sus bolsas con el avituallamiento para el día, incluso había cruces de saludos y de preocupaciones compartidas. Los comerciantes conocían a sus marchantes, sus necesidades, y por tanto cómo servirlas mejor. El trato cotidiano hacía posible una convivencia más humana. Ya sólo queda el fantasmal silencio de los comercios que fueron

Ayer lo más humano que encontré en estas calles fue el retablo donde está el camarín que me enseñaba la Amargura de la Virgen acompañada por San Juan.

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