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El reconocimiento mundial al flamenco viene a reafirmar la identidad de la cultura andaluza. Desde hace ya algunos años, la universalización de esta modalidad artística se ha consolidado con manifestaciones de carácter cultural, posicionándose junta a otras artes plásticas como el ballet o la ópera, dejando atrás la parcelación discriminatoria a la que algunos han querido, para beneficio propio, postrarla.

La decisión de la UNESCO para incluir el Cante Jondo en la lista del Patrionio Inmaterial de la Humanidad ha venido refrendada por su evolución desde que, al comienzo del diglo XVIII, se tiene conocimiento de su existencia. El primer referente del que se tiene fehaciente constancia data de esta época y se le conocía como el Planeta, un gaditano que se establece en los cava de los gitanos de Triana, lugar éste que sí puede consdierarse su lugar de nacimiento y desde donde se ha ido extendiendo por el mundo hasta alcanzar el hito universal del que hoy nos podemos sentir orgullosos.

No debemos olvidar tampoco el largo camino recorrido, muy penoso a veces, por quiénes fueron sentando las bases de la admiración y le respeto. Cantaores y bailaoras que se han dejado la piel, literalmente en algunos casos, por esos tugirios de Dios, donde exponían sus voces, sin obtener más gratitud que las de un aplauso sin pasión, cautivo algunas veces, de los efluvios del alcohol o la indiferencia de un público que sólo pretendía esquivar las horas.No, no ha sido fácil el camino.

El Carbonerillo me descubrió el asombroso mundo del flamenco. Unas viejas cintas de cassete llenaron las tardes de un verano y me abrió las puertas del cante y de la melancolía. Luego me preocupé de buscar a Manolo Caracol, cuando Miguel Loreto recordaba su figura y su cante en el reservado de su taberna, en la calle Parras, tras los ensayos de costaleros. O la guitarra de Paco de Lucía cimbroneando los cimientos del sentimiento. Otra tarde, en Itálica, mi exaltación se quebró en llanto viendo Bailar a Manuela Carrasco. Descubrí que mi sangre lleva esencias de esa grandeza, lástima que no se hayan desarrollado en mí, que ayer elevó sus alas hasta el olimpo del arte. Mi abuelo, Antonio Pérez "El tiznao" fue cantaor y mi tío Paco Sevilla, seudónimo donde se escondía Francisco Caro Pérez, figuró como parte del elenco de bailaores en las compañías de Antonio, el Bailarín, y Antonio Gades. Me alegro por ellos. Porque dejaron sus vidas, sus almas y esencias para hacer grande al Flamenco. Estoy seguro que en el tablao celeste del cielo habrá hoy, como ayer mismo la hubo en la tierra, una fiesta flamenca y en la que se vitoreará con ese óle, óle y óle este justo reconocimiento al mayor arte del cante y del baile: al Flamenco.