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24 febrero 2011 4 24 /02 /febrero /2011 11:54

23-FEBRERO.jpg            Las primeras horas de aquella tarde, luz última de invierno enseñoreando las fachadas, fueron de un ir y venir incesante y cotidiano, de un trasiego en el templo habitual, gente que entraba y salía con sonrisas, con ilusiones destellando en los ojos –esa combinación de sonrisas y lágrimas que se conjuran en las comisuras de los labios tras enfrentarse a La que otorga Esperanza- usos y costumbres rutinarios que no presagiaban lo que estaba ya sucediendo en la capital de España. Aquí en Sevilla, en la Macarena, en los primeros momentos del frustrado levantamiento, todo parecía envolverse en esa nada que se borronea en las páginas del hábito diario.

            Como cada tarde que tenía libre, por aquel entonces cumplía mis deberes patrios en la Base Aérea de Morón de la Frontera, dirigí mis pasos a la Basílica para enfrentarme a la serenidad del rostro del Sentenciado, para postrarme ante la Virgen, y dar gracias porque aquella misma mañana me entregaron el galón de cabo primero, aquel ribete orlado en oropel que acortaría mi tiempo en el servicio militar. ¡Qué torpe e ingenuo fui entonces!

            Cuando salí ya la noche comenzaba a apoderarse de los alminares y las torres de la muralla. Alguien cruzó su mirada con la mía y aceleró el paso. Yo aún no lo sabía pero recordando hoy aquel instante, aquel hombre tal vez pensó, que ya se estaba tomando Sevilla, que otra vez las emisoras de radio proferirían mensajes de carácter patriótico y las marchas militares llenando las esquinas de los salones.

            El alarmismo de mi padre, cuando llegué a casa, alertó mis sentidos. ¡Que están pegando tiros en la Macarena! En la Macarena lo único que sucedía era que Abelardo comenzaba a estudiar el montaje del Quinario del Señor. Pusimos la radio de inmediato –en casa siempre que sucedía algo extraordinario se ponía la radio para informarnos- y los noticiarios de la SER no cesaban de repetir la noticia: un grupo de guardias civiles habían tomado el Parlamento cuando se votaba la propuesta de Calvo Sotelo como nuevo presidente del gobierno, para suceder a D. Adolfo Suárez en el principal cargo del estado.

            Aún recuerdo los tiros en el hemiciclo, y la voz de aquel teniente coronel -¡que se siente, coño!- con su pistola en la mano, intimidando a los parlamentarios, que no sólo se sentaron si no que se tiraron al suelo, haciendo de sus escaños improvisadas barricadas. Cuando me asenté en la realidad, cuando calmé mi espíritu y tomé noción de la gravedad de los hechos, me dí cuenta de mi situación. Y pensé ¡oh Dios mío, voy a estar haciendo mili hasta que las ranas críen pelo! Mi estado de nerviosismo creció y me situé junto al teléfono esperando la llamada para la incorporación inmediata a mi destino. Mis compañeros, con los que realizaba diariamente el trayecto hasta la base aérea, hicieron lo mismo y acordamos incorporarnos todos juntos aunque sólo llamaran a uno, por lo del transporte, más que nada. No hizo falta. No se nos requirió para nada, circunstancia que tranquilizadora.

            El mensaje del Rey y la sucesión paulatina de los hechos, durante la madrugada en favor de la Constitución, vino a poner las cosas en su sitio. Aquel veinticuatro de febrero, hace treinta años ya,  cuando nos incorporamos a las distintas unidades, con nuestros uniformes de campaña, comprendí lo importante que es vivir en libertad, saber que las ideas no iban a ser coartadas, que la expresión y la opinión iban a poder ejercerse sin restricciones, sin cortapisas. Oteé entonces un horizonte maravilloso. Treinta años después, en nombre de la libertad, me siento más coartado y menos libre  en algunos factores determinantes de la vida de un hombre. Aquella ilusión, vertidas en lágrimas de emoción, cuando se puso en peligro la libertad recién recuperada, se la han cargado cuatro gerifaltes sin escrúpulos que han manipulado el verdadera sentido del término para convertirlo en una deformación lingüística de su mejor acepción y más hermosa acepción, y del que muchos lo han incluido en su patrimonio y hasta lo han hecho su lema de su linaje: libertinaje.

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