No es la vida que se acaba, sino la que empiezas a vivir ahora, la que te traerá la añoranza de tus años de servicio a esta comunidad sevillana, ésa misma que te golpea en los sentidos en este primer día sin tener que atender a tu obligación, o debiera decir a tu devoción.
Has visto galopar los años desde el otero servil de tu moto, con la misma propensión y celeridad que imprimiste a esta dedicación tuya, a esta entrega que deja huérfana de tu humanidad las calles que recorriste para hacerlas más seguras, más transitables, menos peligrosas. Estoy seguro que tu memoria hoy se verá sorprendida, desde este reposo que comienzas a vivir, por esos momentos que han marcado tu existencia, que han ido delimitando tu vida, que han hecho apreciar el valor de la amistad de los que te rodean, de los que como tú, dejaron su vida en el borde de una calle para que otros alcanzarán la libertad que a ellos le abatieron sin aviso y cobardemente.
Siempre has hecho honor al uniforme que te impusiste hace treinta y siete años para otorgarle valores al Cuerpo, para dignificar con tu ejemplo lo que algunos pocos desalmados intentaron, de la manera más ruin y mezquina asaltando tus sentimientos en horas bajas, arrebatarte, sin saber que el honor y la gallardía es tu emblema, que tu saber estar y grandeza son blasones del escudo de armas que llevas grabado a fuego en tu corazón, títulos que hoy vas a traspasar a tus hijos, con la entereza y nobleza que te han otorgado tus menesterosos años de servicio. Es ésta herencia, y no otra, la que les emocione, de la que podrán presumir en el futuro con sólo nombrarte, porque no he visto más devoción, más demostraciones de amor, más comprensión y más obediencia fraterna hacia el progenitor, que la que de estos tres costaleros de la Macarena, que se rinden ante la mirada serena del Señor de la Sentencia.
Ahora Miguel, tendrás más horas para ocuparte de otras cosas, para gozar del ocio que muchas veces te sustrajeron inesperadamente y a la que nunca pusiste objeción alguna, tal vez dedicar más tiempo a transmitir a tus nietos los mismos valores que un día quisiste enarbolar desde tu condición de policía local, ese espíritu de superación con el que lograste finalizar este primer ciclo de tu vida con el cargo de subinspector, con el preclaro reconocimiento a tu vida profesional de tu superiores, que decidieron condecorarte en múltiples ocasiones, por tu valor, arrojo y dedicación. Pero yo, amigo, me quedaría con la concesión de la cruz con distintivo azul, la primera que se otorgó, en esta ciudad, desde que se reformó el reglamento de honores de la Policía Local de Sevilla.
Hoy dejas atrás, Miguel, muchas horas de convivencia subido al lomo de una motocicleta, caballero de azul y plata que buscas el bien de los tuyos, con compañeros que echarán de menos tu altruismo, tu generosidad, tu hidalguía y nobleza, quijote que presientes la bondad en todos y te enfrentas a los molinos, aspas gigantes que intentaron arrebatarte el honor, que punzaron en la herida en vez de sanártela, ignorando que la fuerza reside en la nobleza, en la unión que forjaste con los tuyos y que te hacían indestructible, porque lanceabas con la verdad y la dignidad, y con estas armas no hay fuerza humana capaz de derribarte.
Vuelves, Miguel, a recuperar tu tiempo, míralo así amigo, haz tuya la nostalgia, asiéntate en los mejores momentos de estos sesenta y cinco años que hoy te saludan, en los besos de tu esposa, en los de tus hijos, en los de tus nietos. Ahí reside tu mejor memoria. Acuérdate del esplendor de la mañana de un viernes Santo cuando la luz se trasluce y refleja en la mirada que nos aúpa y une en la amistad, que nos iguala, que no hace distingos. Vuelve Miguel a situarte en la delantera del paso donde tres hijos tuyos, tres policías de ley por imitar a su padre, Luismi, Jesús y Moisés, te llenan de orgullo con la herencia macarena que les imprimiste en el alma.