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15 febrero 2011 2 15 /02 /febrero /2011 12:52

COSAS-DE-VIEJOS.jpgEn el día de ayer, las principales autoridades religiosas, municipales y cofrades, éstos últimos en multitudinaria representación, cumplimentaron al pregonero de la Semana Santa, para el presente año, D. Fernando Cano-Romero. Durante un momento de la recepción el ilustre abogado jerezano mostró al Sr. Arzobispo una de las fotos, en blanco y negro, que ocupan un lugar destacado en la mesa de su despacho principal, que preside un hermosísima fotografía de María Santísima de la Esperanza Macarena, en la que se plasma la imagen de su primo José María Ruiz Cano, sacerdote claretiano, recientemente declarado beato por Su Santidad Benedicto XVI, el pasado mes de julio, indicándole que “fue martirizado por los rojos en Sigüenza”, localidad de la que es oriundo D. Juan José Asenjo Pelegrina. El comentario no hubiera pasado de  una mera y simpática anécdota si no hubiera sido por uno de los invitados que desde el fondo de la instancia le afeaba –ojo, en su casa- la terminología que el futuro pregonero había utilizado para describir a los autores del martirologio del familiar religioso. Como Fernando sigue siendo un caballero, correcto anfitrión para sus  invitados, en vez de proclamar sus derechos para hablar en su casa como le viniera en gana y definir, sin ningún menosprecio, a los bandos de aquel despropósito que se llevó por delante a cientos de miles de españoles, tiró de ingenio y de sarcasmo, y muy elegantemente replicó a su interventor “Si no queréis que diga “los rojos”, pues nada, que le sobrevino la muerte porque le cayó una piedra encima”.

            Si estos comentarios se hubieran vertido por otras personas, con otros idearios y nomenclando a la sarta de fascistas que mataron a tantos republicanos y los dejaron abandonados en las cunetas, se estaría hablando de la memoria histórica, de resarcir a aquellos que murieron –y es cierto que así fue en muchos casos- de manos de los proclives al alzamiento y vencedores del mismo. Pero también es cierto que la memoria nos iguala a todos y que la barbarie no sólo se implantó desde uno de los bandos sino que, por desgracia para aquella generación a la que le sustrajeron sus ilusiones cuando no sus vidas, tuvo sus alentadores también en aquellos que se oponían al levantamiento por parte de las milicias nacionalistas.

            La memoria no puede desasistir a una parte de los que sufrieron, de los que fueron asesinados por el mero hecho de no compartir ideas. Estoy seguro que la represión posterior a la finalización de la guerra incivil fue tremenda, que las víctimas tienen derecho a restituir su dignidad, a proclamar la inocencia de tantos que vieron como la ira, la envidia en muchos casos, el exacerbado ansia por la consecución de bienes materiales, les destrozaban sus vidas.

            Es hora de expatriar los rencores que intentan implantar -con una visión sesgada y mucho me temo que interesada de la historia- en un sector muy amplio de la población que no vivió aquellos horrores ni fueron descendientes directos, porque las consecuencias pueden ser catastróficas. Sólo el paso del tiempo con una revisión histórica  elaborada con rigor, neutralidad y sincera objetividad de los hechos, sus causas y secuelas, puede conseguir y restituir la razón que parecíamos haber recobrado durante la transición donde todos cedimos, en hito sin paragón en los anales de España, para la consecución de algo que, unos y otros, fueron hurtándonos durante las primera siete décadas del siglo XX: la libertad.

            No merece la pena retrotraernos al inmutabilismo, ni distraernos de la verdadera razón del ser humano: vivir y dejar vivir, asumiendo siempre nuestra condición y respetando las ideas de quienes se posicionen enfrente. Así nos aleccionaba D. Vicente Herrera, un viejo profesor de mi EGB, republicano, que cuando nos relataba sus batallitas –cosa que nos encantaba- se refería siempre a sus compañeros y a él mismo como los “rojos”. Y casi siempre lo hacía con una lágrima. Nunca con desprecio y sí con orgullo. Cosas de viejos, concluía sus peroratas.

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