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24 mayo 2012 4 24 /05 /mayo /2012 13:08

fe-y-respeto.jpgEn estos tiempos de desesperación, en los que hemos sido succionados por la violenta crisis económica y algunos arrastrados a los lodazales de la marginalidad, vemos como el poder de la fe se acrecienta y afianza en el espíritu en la seguridad de encontrar el sosiego que nos han sustraído en Dios. Cuando el desasosiego se adueña de la vida como consecuencia de las equivocaciones e intereses de los hombres, buscamos la figura Divina del Padre para aferrarnos en su auxilio.

Todavía es fácil encontrarse con quienes se jactan, y hasta se enorgullecen, de presentarse como agnósticos. Están en su derecho y así lícitamente pueden y deben exponerlo. El librepensamiento se formaliza por la razón y poder de discernir que nos ha sido concedido. Pero han de guardarse un mínimo rigor en el otorgamiento al respeto debido. Porque al igual que éstos hay otros que hemos decido encaminar nuestros pasos siguiendo el camino que nos es mostrado a través de las enseñanzas de Jesús, una ruta hacia la salvación espiritual que también hemos decidido libre y reflexivamente, nunca de manera gratuita. Asumir esta filosofía entraña un gran compromiso, una fórmula que nos implica en la solidaria promulgación de nuestras creencias a través de nuestra existencia. Y por ello merecemos el mismo respeto que profesamos a quienes han resuelto asumir su vida conforme a su pensamiento, excluyendo a Dios de ella.

Pero hay que ser coherente con el ideario. La consideración agnóstica debe llevar implícita una secuencia de comportamientos que no contradigan sus propias teorías. Enarbolarlas e izarlas públicamente, con tanta rotundidad y firmeza, debe llevar consigo la separación de los factores que sirven para dinamizar la vida eclesial de la vida social. Participar de los ritos de la comunidad cristiana, y beneficiarse incluso de sus obras, debiera estar en confrontación con su propia esencia, donde predomina la materialidad sobre la espiritualidad. Discernir entre creer y no creer es un don, una gracia concedida gratuita y servilmente por Dios, al hombre, al que ha dotado de razón con la que descifrar su propio código deontológico y favorecer su desarrollo intelectual, término éste a los que algunos intentan desposeer de su verdadero y aséptico significado, asociándolo sólo a comportamientos que se adscriben a sus ideas metafísicas laicistas y los comportamientos que llevan aparejado como el aborto o la descomposición de la familia como núcleo de la sociedad, sindicando la fe y la creencia en Dios a un tratado desfasado y trasnochado, cuando en realidad, la intelectualidad acerca la figura del Todopoderoso al raciocinio y a la cognición.

Es tiempo, pues, de reconsiderar muchas opciones vitales, adoptar nuevas visiones sobre las obras y acciones de los hombres, pero dejando claro que no podemos revisar nunca la existencia de Dios, ni poner en duda sus mandatos, su bondad y presencia en nuestras almas. Hemos de adecuar nuestra fe a estos tiempos, sí, pero sin olvidarnos que hay esencias tangibles que conducen nuestras vidas, que nos llenan de esperanza, que nos guían en nuestras decisiones, posibilitando el acercamiento a la felicidad y por consiguiente alcanzar un mejor nivel de vida. Es nuestra opción y por lo tanto merecedora del mayor de los respetos por quienes no creen.

Sucedió hace unos días. Alguien, durante una procesión sacramental, tal vez perturbado por su intolerancia, quiso ofender a quienes participaban del sacro acto y se presentó desnuda ante la comitiva religiosa, desde el balcón de su propia casa, con un látigo en la mano y cubriendo su rostro con un capirote. Su falta de pudor no sirvió más que para chanza y desconsideración -no ofende quién quiere sino quién puede, te robo otro refrán mamá- de quienes tomaban parte activa o contemplaban la procesión. Una falta de respeto, sí. Pero también una falta de conocimiento, porque su indecorosa actitud no molestó a nadie y sí dejó en entredicho su inteligencia y la presunción de su falta de respeto hacia su persona. ¡En los días que estamos, por Dios!

Por cierto, y citando a un buen amigo y celebérrimo y refutadísimo escritor, que me refirió alguna vez sobre la suerte que teníamos los creyentes pues en los momentos de mayor desesperación siempre tenemos a Dios para asirnos a la Esperanza, que nadie se dió de baja en la Hermandad ni dejó de ir a misa esa tarde.

 

 

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