El blog de lasevillanuestra.over-blog.es

             Cuando la voz de la sangre nos invoca no tenemos otro más que acudir. Cuando los sentimientos se presentan ataviados con el atuendo de la nostalgia no podemos evitar atender su demanda, ser prestos a su convocatoria, no rehuirlos, adentrarlos y fijarlos al alma, como esos buenos costaleros que se aferran al trabajo para que otros no sufran o al menos, el peso sea más soportable.

            La vida se renovó ayer y nos exhortó, nos demandó, adherirnos  a la consumación del gozo. Si nos sumamos completaremos un ciclo vital, iniciaremos otro, nos involucraremos en otra etapa que dignificará nuestra existencia. A partir de ahora, tanto si los cielos se abren y nos despojan de nuestras lágrimas, o sorteamos a la climatología más adversa para inscribir nuevas sonrisas en el pentagrama de la emoción, implantaremos la felicidad, ascenderemos a las más altas cotas de la fraternidad para sorprendernos con el descubrimiento de la razón de la sinrazón, esa que nos desposee de nuestro ser para aglutinarnos en el grupo de los elegidos, de los signados a convivir y recibir el don de la resurrección del espíritu.

            Ungidos por los óleos de los campos del edén, ésos instaurados en las huertas de la Macarena, en las riberas que bañan el Guadalquivir o en el sendero injertado en la suntuosidad de esta nueva Jerusalén, nos sentiremos componentes de las pléyades de arcángeles que custodian la grandeza de Señor, la belleza incólume de su Madre.

            No es tristeza, no es pena, es la sensación del hecho de sabernos absorbidos por el tiempo, que la hermosura –que nos puede ser sustraída por las lágrimas del cielo- se nos va yendo entre las manos, que el tiempo empezó a ser nostalgia cuando se cerraron las amplias puertas de San Juan de la Palma o se cerraron a las macilentas los portones a las luces que proyectaban, al interior del templo de San Julián, las farolas empotradas en las viejas paredes de cal y rejas.

            Nos hemos vistos despojados de primer gajo de la ensoñación y sin embargo seguimos inmersos en el gran sueños de la ciudad, seres encantados, levitando en el esplendor que nos fue presentando, en la entelequia incomprensible del rostro de la Estrella que nos llegaba desde el ostentación de popular devoción de una cava capaz de retener todo el amor de sus hijos.

            Hemos vuelto a la gran cita de la emoción, hemos respondido a la llamada de la nostalgia, para concretar a la figuración de la realidad. Ya sólo nos queda renovarla con cada luna, con cada amanecer, con cada mirada, para fijarla en la memoria y constatar que la voz de la sangre sigue ejerciendo su poder de convicción.