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9 noviembre 2012 5 09 /11 /noviembre /2012 15:35

            Publicacion1.jpgNo es fácil captar lo que esconden las imágenes, y solo a unos pocos es ha sido concedido el don traspasar las lindes del tiempo y vagar por esos senderos que nos llevan al descubrimiento de una historia o vernos perdidos en el laberinto de las dudas. Nos era fácil, en aquellos tiempos, sin los avances tecnológicos de hoy, cuando las cámaras de fotografías apenas eran más una caja negra dotada de una placa con virutas de plata. Obtener la fidelidad de una Imagen Sagrada era construir una obra de arte. Y Serrano sí que tenía los mimbres para realizar la mejor. A las pruebas me remito. No hay más que profundizar en su obra para descubrir y reflotar el gran artista que era. La Hermandad de la Macarena publica, amén ofrecerle un merecido homenaje, como portada del número dos de Esperanza Nuestra, una fotografía de la Virgen donde se recoge la verdadera esencia de la Reina de los Cielos, de esos que verdean cuando la madrugada se troca en mañana y los clamores nacen en las aceras para alabar la suerte de su presencia.

Uno se pone a observar y no encuentra que más verdades. La disposición de la toca que impermeabiliza del dolor y de la pena; los oropeles de un manto que se muestra orgulloso de poder caer sobre los hombros de quien es capaz de soportarlo todo, de resistir la más grande tragedia que ha padecido el género humano, y aún así es capaz de esbozar una sonrisa; el oro de la corona que refleja el esplendor de las sienes sobre las que descansa; la devoción y el amor prendidos en los pétalos de unas mariquillas que se estremecen de saberse tan cerca del corazón; los brillos de los anillos que resuelven los secretos de los besos que quedaron presos de la misericordia de sus dedos. Todo queda ínfimamente en un segundo plano ante el rostro de la Moza de San Gil, todo queda eclipsado por esa mirada que retiene el dolor y expande la Gracia de la Esperanza. Pero pasada la primera conmoción, esa turbación de enfrentarse a la divinidad, la vista pasea en la curiosidad innata que nos hace esclavos de los instintos y descubre matices que permanecen pendientes de la revelación, de que los ojos instiguen en los vericuetos ropajes, recorra los paisajes que han captado un juego de lentes, y aparezcan fantasmas del pasado. Y nos planteamos los interrogantes más inverosímiles, misterios insondable que nos presenta la presencia de un ser en un lugar tan bello como inapropiado, o tal vez nos lleve a esta conclusión la insensatez de la envidia. Es un instante que queda retenido para la eternidad, en una mezcla química, aleada con las emociones que brotan por la presencia cercana de Quien todo lo puede, de Quién todo concede. Nos consumen estos fuegos que se manifiestan por el descubrimiento.

Allí está, acompañante perenne inmortal, sonriente, alejado de cualquier pesadumbre, ofreciéndonos sus alegrías, como si ya nos hubiera advertido en el futuro, adelantándose a nuestros años, sabedor de que sería descubierto, preso de la emoción de quien le retuvo o tal vez cautivo ante la irrelevante ignorancia del artista que centra su atención en Ella, incapaz de apartar su objetivo de este centro universal de la virtud más hermosa.

Allí está Ella, como la ideara Juan Manuel, como la cantara Muñoz Pabón, como ya la soñaba Juan Miguel Sánchez, como la versara García Lorca. ¿Quién era este afortunado ser que pendía de las gracias de la Virgen de la Esperanza? ¿Qué extraña casualidad posibilitó su presencia junto a la Madre de Dios? ¿Por qué pendía de esa alacena de sueños que son las manos de la Niña que pone en alerta la madrugada y aviva las emociones apenas se asoma por el horizonte la primera luz? ¿Quién éste hombre, este mortal bendecido por los hados del destino, que goza de grande privilegio?

            ¿Suerte o confabulación de la casuística? Nunca lo sabremos. Solo podremos mantener la certidumbre de que duerme cerca de la Virgen y que un día mantuvo la suerte de pender de la mano de la Madre de los macarenos, de saberse parte y obra de los sueños que se explanan en las huertas celestiales donde se siembra, y se recoge constantemente, la ESPERANZA.

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