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4 marzo 2013 1 04 /03 /marzo /2013 15:54

               clasechicos.gifViene la lluvia de estos días a certificar la conciencia del tiempo que estar por llegar. Es como el marchamo que nos introduce en la voluntad que viene a ser como el sello de la calidad de los productos alimenticios. Es la cuaresma un tiempo de inequívoca reconversión, días  para elucubrar sobre nuestros comportamientos y poder llegas a conclusiones nada triviales sobre las conductas vitales. Meditar sobre nuestros comportamientos habituales regenera el propio ser, puede que llegue a rehabilitarnos en el acercamiento a Dios.

            Es una melancólica sensación esta mansedumbre de agua que nos llega desde el cielo, que purifica el ambiente y nos presenta un paisaje ceniciento que se compagina con las trémulas nubecillas que despiden los pabilos de las velas que se presentan en los altares de cultos cuaresmales.

            En las iglesias hay ebullición. Las luces menguan su intensidad para mostrarnos al intimismo, para presentarnos los misterios que nos conmueven y nos mueven a la misericordia. Es recorrer el tiempo, este tránsito hacia la Pascua. Es recuperar las esencia primigenias de la voluntad de nuestros antepasados para resolver los misterios de una entrega sin igual, de la pasión que aceptó voluntariamente el Señor para redimirnos del pecado. Es tiempo vigilias y esfuerzos. Una petición que nos cursa la Iglesia para adentrarnos en la propia alma y desvalijar el dolor hasta convertir la existencia de modelo y ejemplo para nuestros hermanos en la fe.

            La cuaresma se mueve como se alteran las mañanas y las tardes, una evolución de luz que es heraldo de venturas. En los cultos que celebran las hermandades, para preparar la estación de penitencia, se nos invita a compartir la piedad, a reflejar nuestro compromiso de caridad y amor y solventar los problemas cotidianos con el acercamiento a Dios y muy especialmente a su Santísima Madre.

            Viene esta lluvia de principios de marzo a perturbar las emociones. Miramos las grises cielos y parece que los años se han inmolado en el espacio. Son estas mañanas, recubiertas de nubes que espesan la luz y la quiebran, como aquellos recuerdos de la infancia, como la poesía de Machado, aquellas letras que compaginábamos con la poesía popular de Florencio Quintero o Antonio Osuna y que enervaba el espíritu cofradiero que nos infundía el viejo profesor de literatura del colegio, aquel hombre corvo, vencido ya por los años, pero aún con ilusión por enseñar, por instruirnos en las letras y la poesía, preocupado siempre por la formación humana. Don Vicente rellanaba las tardes de marzo con la nostalgia semanasantera de su juventud, con las emociones que manaban de los versos populares del padre Cué y nos invitaba a la lectura de Cernuda o Bécquer engatusándonos con aquellas otras. Así conocimos a Dámaso Alonso,  a Rafael Alberti, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre y tantos otros que marcaron la juventud que se asomaba a nuestros rostros. Era la única clase, en aquel primero de BUP, al que corríamos para coger un sitio, sin ese miedo ancestral del estudiante a ocupar las primeras bancas.

            Eran días de cuaresma, como el de hoy, con los cristales mojados y centenares de gotas de lluvia recorriendo las trasparencias de los cristales, cuando empezamos a conocer las profundidades de los misterios del Señor, de la grandeza de su mensaje, declamando la poesía de la ventanita de la calle Feria, que yo buscaba revestido de niño nazareno de la Macarena, en las estrecheces de esa calle, o con el relato oral de la vuelta de la Virgen de Socorro, por la calle Francos, y que buscábamos, en la noche de un domingo de ramos, para certificar la belleza contada en el aula y refrendar con nuestras lágrimas las del viejo profesor.

            Es esta lluvia que mansamente alimenta las pilastras y las enredaderas, que tan delicadamente cuida mi mujer, en el patio de nuestra casa, la que nos anuncia la belleza y la alegría que está por llegar. Cosas de esta tierra que nos posibilita la meditación y nos descubre, en los albores de la primavera, que pronto estará la primera en la Campana.

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