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5 julio 2011 2 05 /07 /julio /2011 12:48

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Charlas con Troilo, de Antonio Gala, fue uno de mis primeros libros de cabecera. Me apasionaba –falto a la verdad y a mi propia justicia si no clamo desde esta página que me sigue apasionando- la figura de este selecto y magnífico escritor cordobés que tantos sueños ha despertado en mí con sus libros y escritos. Aún me conmueve la carta de despedida, a título de último capítulo del referido libro, que dedica a su fiel amigo, al compañero de tardes ensoñadas, de sosegados paseos matutinos. La sensibilidad  del último párrafo llega a ser enternecedora y excitante. Hoy viene a mi memoria. “Llegaste, Troylo, a ser yo mismo de otro modo. El infortunio o el gozo, siempre los compartimos. Quien a mí me dejó, te dejó a ti, y te quería quien a mí me quiso. Me hablaba yo, y era a ti a quien hablaba. La muerte se ha interpuesto en la conversación una vez más, la muerte. Ahora sí que envejezco, ahora si que estoy solo. Es la primera vez que te has portado mal conmigo. Desde la ventana veré y el olivo y a tí al pie del olivo. Troylo, amigo mío, interminablemente bajo el césped. La muerte ha interrumpido nuestras charlas. Descansa en paz. Nadie jamás podrá sustituirte. Hasta luego. Hasta después".

            Parece que el tiempo nos ha jugado una mala pasada, que nos ha hecho un guiño para encubrir su paso y me presenta aquella primera mañana de un domingo, recién iniciada la década de los ochenta, dirigiéndome al quiosco de Luisa para comprar un ejemplar de El País, y pasar ávidamente las páginas del suplemento, ignorando la actualidad candente de aquella emocionante época, y buscar el artículo en el que hablabas con aquel perro que pasó a ser su confidente, su confesor mudo y taciturno, su cómplice. Lo hacías participe de sus elucubraciones, de sus pensamientos, de sus opiniones sobre los temas de la más candente actualidad, de los cambios tan extraordinarios que comenzaban a ejecutarse de una manera ejemplar en la sociedad española, de ventanas abiertas por las que se colaba el aire fresco y renovado de una transición natural, como la propia libertad que llegaba con el consenso de todos los grupos políticos del momento.

Le hablabas de lo divino y de lo humano como si aquel animal comprendiera lo que realmente le estabas comentando, cuando en realidad los troylos estábamos enfrentándonos al espejo de la página y éramos quienes te seguíamos con ansia, yo diría que con concupiscencia, en tus declaraciones, en tus amonestaciones glamurosas pero tan sarcásticas e irónicas capaces de hacer tambalear la consistencia moral a quienes iban dirigidas, cuando la moral era uno de los valores más preciados de los ciudadanos de este país.

Acabo de leer, entristecido y absorto, las manifestaciones de Antonio Gala en las que desvela la enfermedad que padece y en las que alude a la dificultad de su extracción quirúrgica. Este cáncer que le amenaza no ha podido restarle ni un ápice a su mordaz y sátiro humor, ha sido incapaz de retirar la sonrisa de su rostro, y muy al contrario de dejarse llevar por el desánimo y la consternación, de abatirse a la conmiseración. Se ha rebelado contra esta infamia de la vida y se prepara para presentar batalla, dura y leal con su pensamiento, lanzado el sofisma para proclamar la derrota de su peliaguda  contrincante de que “todo parece interminable, monótono, invasivo... Menos la vida: no tenía edad ya de nuevas experiencias. Las nuevas experiencias me llegan tarde. Trataré con todo de defraudar a la muerte una vez más: la última

            Espero y deseo que Antonio Gala siga apasionándonos muchos años con esos artículos que viene publicando en el diario El Mundo donde continúa abriendo puertas al conocimiento y dejándonos en suspenso mucho de su propia personalidad, de su interior espiritual, aunque nos aventuremos a intentarlo, difícil cometido de quién hizo pública, con toda normalidad, el agravamiento de su estado de salud, demostrando la grandeza de su espíritu, con un comentario extraordinario sobre la evolución tecnológica que nos rodea y aturde: "Mi salto tecnológico más espectacular es haber pasado de la pluma estilográfica al rotulador: aún me siento exhausto y con un cierto complejo de adúltero. Al internet lo miro y él me mira: eso es todo". Amén

 

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