¡Qué poco conocen, cuán ignorantes y cobardes los que se esconden en un seudónimo para estriar el nombre de quien todo lo dio, de quién todo lo entregó por amor! ¡Cómo tienen la poca sensatez de pronunciarse sobre lo que desconocen! Si algunos ni siquiera habían nacido cuando, a quién ahora vilipendian desde algunas burdas tribunas de internet, ya alzaba su voz para inundar las calles con su sentimiento y el de los que le seguían ¡Qué poco saben éstos, que ahora sueltan la lengua con tanta ligereza y tan mordazmente, de la grandeza de este hombre! La historia hubiera sido otra sin él, sin la enjundia macarena que le sobrepasa el alma. Ahora no vale hacer leña de este árbol al que han querido derribar muchas veces con hachas fundidas en los fraguas de la dentera, en los yunques de la envidia, cuando antes muchos siguieron sus actos y sus formas para conseguir lo que a muy pocos se les concede. ¡Cuántas noches habréis pasado mareando la perdiz, sobándole el lomo, para entrar en el lugar que sólo los privilegiados pueden acceder! ¿Por cuántas copas os vendisteis para formar parte del grupo de hombres que él comandaba, para ahora señalarlo con el beso del desprecio y el menoscabo? ¿Qué de malo os hizo, sino favoreceros y transmitiros el fervor que se posa, cada madrugada, en vuestros hombros, la mirada dócil y serena que se aloja en vuestros corazones, ahora ennegrecidos por el resentimiento? Acaso no valorasteis la importancia y lo que significó acoger la responsabilidad cuando nadie se atrevía a ello, cuando las miradas se fugaban en la espera del portento que asombraba a la misma luna. Él supo retener y mantener la suerte, aunque el pitón se le ajustara a las ingles, creando un estilo que muchos quisieron emular fracasando en el intento, estrellándose estrepitosamente y entonces empezaron a surgir las apostillas de los incapaces. ¿Acaso se puede emular un cante de Caracol o un fandango del Carbonerillo?
Miguel Loreto Bejarano es un hombre bueno, en el machadiano término de la palabra, por mucho que quieran demonizarlo ahora unos pocos iluminados del costal que le creen en declive, que le suponen sin fuerzas porque el tiempo ya ha marcado algunas muescas en el tallo de su vida. Ahora que le suponen vencido huyen en desbandada para alistarse en las huestes que suponen más fuerte, han abierto el blancor de sus velas para navegar a favor del viento, aunque signifique vender su libertad, hundirse en el servilismo mamón de la complacencia y la anuencia de la fortaleza física. Estos idólatras de los costales fijados hasta la barbilla que prefieren la monótona cadencia de las maneras correctas y el fervor por la compostura, le vienen hurgando la herida y se apostan en las trincheras del fariseísmo para descerrajarle, seguramente por la espalda, con nocturnidad y alevosía, como es de recibo en esta ciudad, el trallazo del descredito.
Os ha superado. Cuando todos seamos un olvido, cuando las instituciones nos recuerden desde la memoria global de un grupo y nuestro nombre sólo figure en el recuerdo de los seres queridos, él seguirá copando un lugar destacado en la memoria gloriosa de esta Hermandad, como el MACARENO que logró revitalizar la figura del Señor de la Sentencia, CAPATAZ de este Dios hecho Hombre por nosotros y que cada madrugada de Viernes Santo, cuando Sevilla entera se vanagloria y se llena de Esperanza, procuraba el mayor y más hermoso de los milagros con su voz ronca y rota por la emoción, cruzando el aire hasta la trasera del paso, gritando a modo de soleá entonada por las mejores estirpes del cante, y antes de que la plata del llamador aunara el esfuerzo de sus costaleros, la frase donde condensaba todo su fervor macareno: “Lo quiero ver volar”.