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17 febrero 2012 5 17 /02 /febrero /2012 13:39

               TERTULIA-LA-SENTENCIA.jpgHace veinte años y parece que fue ayer. Dos décadas que son dos columnas que mantienen en pié la memoria. Cuatro lustros de lo que fue un sueño, un hermoso tránsito en senda de la ilusión de unos por entonces jóvenes macarenos, que alimentaban y difundían –con sus medios y escasos méritos- la devoción a nuestros Sagrados Titulares, especialmente al Señor de la Sentencia.

            Nos reuníamos los primeros viernes del mes, tras la misa que la Hermandad ya dedicaba al Señor, fijaos bien, en su altar. Era un trastoque de bancos para orientarlos  hacia el oropel y el labrado, un volverse el espíritu a la mirada serena que se enmarcaba entre las virutas que refulgen su dorado y las rojeces de las flores que sostienen el amor de quienes la depositan. Era el arraigamiento del sentido macareno, de descubrir toda la esencia que puede acaparar el abrazo de sus manos, el cariño que albergan los dedos señalándonos el camino de la justicia y la verdad. Nos concitaba la devoción que fuimos desarrollando, porque  nos lo demandaba y ordenaba su Madre, La que todo lo puede, La que está bienaventurada para la eternidad y es capaz de aliviar toda pena con tan sólo evocar su nombre, bajo las trabajaderas del paso del Señor, esas benditas y sagradas galeras que no solo logran conciliar esfuerzos, aunar voluntades bajo el signo del Sentenciado, sino que es vínculo que conforma amistades, que crea familiaridad, reúne sentimientos y enhebra las emociones, en el cordel de la vida, que se van desgranando en la estación de penitencia durante la madrugada más hermosa.

            Éramos un grupo que comenzábamos en la lucha de la vida, que iniciábamos periplos familiares que ya nos condicionaba en los comportamientos, que sosteníamos el mundo con la inmensa ilusión de una juventud todavía cercana, que nos impulsaba a acometer los proyectos más peregrinos. Éramos un grupo de amigos que manteníamos intacta las nociones de la confraternidad, que conservábamos algo de la inocencia que comenzaba a desprenderse de nuestros corazones, con las primeras muestras del rigor de la existencia, que comenzaba a mostrarnos un mundo sesgado y que a veces se nos representaba cruel. Pero teníamos todo por delante porque habíamos afianzado el afecto con la convivencia continuada durante años. Por eso decidimos formalizar aquellas reuniones que manteníamos tras la celebración de la misa del Señor. Y así nació la Tertulia Cofrade “La Sentancia”. Una pequeña institución que se mantuvo en pié hasta principios del nuevo milenio.

            ¡Qué grandes momentos compartimos, verdad amigos! Consolidamos la amistad, vivimos momentos tristes que se alzan en nuestras memorias, y desgraciadamente no supimos mantener otras… Cosas que suceden cuando los hombres entran en juego de emociones.

            Hoy retornan los instantes que supimos construir con ilusión, aquéllos que fueron realce y embellecimiento para los quisimos la amistad sagrada que se adviene con el esfuerzo compartido, con la oración sugerida, con los silencios que se encumbraban en los cielos que creíamos poseer y que se fueron difuminando en la nebulosa de la separación, de la ausencia y la distancia, de los compromisos y obligaciones que fueron determinando su final. Hoy retornan a mí las escenas que nos hicieron reír, aquéllas que nos provocaron el llanto y otras que no logramos olvidar porque nos vimos sorprendidos por el dolor o por la anécdota absurda e inocente que nos hacía soltar carcajadas y que aún todavía hoy no sabemos por qué, pero que nos limpió el alma de desasosiego aquella noche, en el rincón que nos ofrecía Miguel Loreto en su local.

            Hace dos décadas la Tertulia la Sentencia se constituía para hablar y versar sobre cosas de tanta magnitud como el racheo de unos pies en el compás de un convento, o de la importancia que conlleva saberse macareno, de haber pasado alguna noche con el Hijo del Carpintero, al bendito Sentenciado, y saberse poseedor del don especial de la transmisión de la Esperanza a quienes nos esperaban ilusionados.

 

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