El blog de lasevillanuestra.over-blog.es

            Aquella tarde cruzaron el umbral. Llegaron con la humildad incipiente de la gesta primera, con una sonrisa en los labios y con la rebosante alegría asaltando sus ojos. No tenían conciencia, o no la tomaron hasta algunos años después, del hito que marcarían. Algunos ni siquiera alcanzaban la mayoría de edad pero ya se estaban forjando como hombres, aún sin ellos saberlo.

No venían a suplir ni a relegar a nadie. No venían a quitar el pan ni a sustraer derechos. Llegaban con la devoción a cuestas, con la ilusión aferrada al corazón y con el ansia de corresponder a la confianza que algunos habían depositado en ellos. Sabían de las expectativas creadas y que muchos estarían más que pendientes de la evolución de su trabajo, a cuestionar aquella valentía al menor error; pero estaban dispuestos a resolver cualquier duda.

El aire limpio del primer otoño fue expandiéndose por el templo, confundiéndose con el rumor del redoble de un tambor y el trino de una corneta. Revoloteaban ya por las inmediaciones del paso con el ansia desdoblándose en sus estómagos. Preferían no mirar la luz que los asaltaba y esquivaban las miradas de los más próximos que lanzaban jaculatorias de desconcierto y desconfianza. Brotó la voz ruda y se alzaron los telones de escenario. Ya todo sería irreversible, ya no habría marcha atrás, ya los siglos que los contemplaban caerían sobre ellos. El temblor de los guardabrisas avisaba del momento y durante un segundo se pararon los tiempos.

Una eclosión de sentimientos iba conformándose con el pausado caminar y las primeras dudas fueron disolviéndose en el mar de la confianza; a cada paso se abría una certeza; a cada chicotá, la sensación ineludible de saberse capaces; a cada levantá la certeza de la gloria alcanzada. Pronto aparecieron sueños de madrugada. Pronto se estremecieron las sensaciones. Pronto se quebraron los miedos y se alumbraron los ánimos. La primera odisea de costaleros macarenos alcanzaba el puerto de la victoria.

Hace treinta y cinco años un grupo de jóvenes de la Hermandad de la Macarena se unieron para formar la primera cuadrilla de costaleros macarenos y emprendieron un hermoso camino, con una hoja de ruta explícita y genuina, con un destino marcado en el sentimiento heredado, sin más ambición que la de servir a la Hermandad, un linaje sin alcurnias y donde el único requisito exigible es amar al Señor y a su Bendita Madre, donde no se precisa más que limpieza de corazón y la entrega más sincera, donde la fatiga se sufre con oración, donde el esfuerzo se supera con la emoción y donde el corazón impera sobre cualquier fuerza.

Hoy en la Hermandad de la Macarena, a los adelantados al sentimiento, a aquellos que nos marcaron el camino y pusieron su devoción al conocimiento de todos, recibirán el homenaje de los que son sus continuadores, de los que son herederos de este hermosísimo y glorificante sentimiento que significa ser costalero macareno. Un honor reservado a muy pocos y que debiera guardarse, por su excesivo valor,  en el cofre sentimental que se aloja en lo más profundo del alma.

Este justo tributo no significará un mero reconocimiento a los que acudirán al hermoso acto, será consolidar la memoria de quienes fueron y ya no están, a los que perviven en el recuerdo, a Bruno, a Martos, a Luis, a Silva, a Chelu, a Diego Luna, y a otros a los que la vida pasó por encima y no fueron capaz de apartarse. Todos, en fín, forman parte ya de esa novena trabajadera en la que tanta gloria recibieron del Señor de la Sentencia y de su Bendita Madre, la Virgen de la Esperanza.